Los monjes andaban con miedo con sus sotanas, como sí se perdieran todo ruido atmosférico. Los árboles crecían por todas sus ramas como queriendo alimentar todos los pájaros pero las ramas no llegaban a salir por la poca luz del lugar, dando un aspecto más bien tétrico.
La risa del monje se le hacía ahogada y parecía que hasta el sitio tenía su propia música tenebrosa.
Solo la luz de un sol pequeño entre la atmosférica visión era cálido, dando alegría al gran lúgubre lugar.
Sus candelabros parecían humariscos de donde flotaba una especie de incienso que daba algo de solemne atmósfera.
Todo tenia un olor entre pudredumbre y húmedad, lo contrario a vida. con algo de niebla que no asustaban sus pasos.
Los números cuadraban, ya eran las siete de la tarde. Era preciosa ansia la de llegar a casa, y sin embargo, sus pasos parecían de procesión y no había más luz que que el brillo del ruiseñor en la noche, cuál luna embrujada.
No tenían hipocresía en su corazón porque hacía dos días había muerto el abad del grupo, y además hacían procesión por sus cenizas...
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